Crisis, ¿qué crisis?
La idiosincrasia española es el único ámbito, junto con el jazz y determinadas teorías escénicas, en el que la improvisación se considera una virtud. Y eso pese a que incluso la habitualmente patriótica RAE la define como “Imprevisión, desapercibimiento, desprevención, desavío, indisposición, negligencia, descuido, desidia, dejadez”. Se podría pensar que si un partido como el PP, que se considera español hasta las cachas y reivindica las teóricas esencias nacionales desde Numancia (la ciudad asediada, no el club de fútbol) y más allá, basa su gestión de las crisis en la improvisación, es precisamente por la españolía del método. Sin embargo, la irresponsabilidad reiteradamente demostrada por los gobiernos conservadores ante distintas clases de catástrofes puede deberse a otra característica ancestral, que durante el franquismo adquirió rango de undécimo mandamiento: las autoridades nunca tienen la culpa.
La actual huida hacia delante de Carlos Mazón, inventando una nueva mentira cada vez que se le desmonta la anterior, puede parecer, en efecto, la versión slapstick de la capacidad de improvisación (si no recuerdan todas, échenle un ojo a esto de Gerardo Tecé). Mirando hacia atrás sin ira, pero con memoria, casi se echan de menos aquellas prolijas patrañas de antaño que, en ocasiones, duraban meses y resistían incluso sólidas resoluciones judiciales de las de antes. Sin embargo, el PP’s crisis management style (PPCMS) sigue unas normas que se pueden rastrear en cualquier brete de alto voltaje, lo que quizá sea un argumento en contra de que improvisan: puede que tal estilo de gestión sólo sea una mezcla de incompetencia e impunidad.
La primera regla del PPCMS es negar la existencia de la crisis. Funciona mientras los hechos no son evidentes, e incluso en ocasiones cuando lo son. Por ejemplo, el Prestige y su marea negra © CTXT
