Lo que está en juego
En el fondo marino, en Galicia, la cultura popular distingue dos espacios contrapuestos. Es una psicogeografía que me parece extraordinariamente metafórica para la sociedad humana. Por un lado, el almeiro. Es el lugar de cría, de desove. El vivero. El cardumen. El lugar nupcial, del deseo. Con sus rocas de abrigo y prados de posidonia. El lugar de Eros, de la excitación creativa. Y el contrapunto es la Marca do Medo (la Marca del Miedo), el lugar del esquilme, de la depredación, de la memoria de la dinamita o de la contaminación de la “marea negra”. El lugar de Tánatos, de la muerte. Se dice que los peces no tienen memoria, pero tienen la suficiente para saber adónde no tienen que ir. A la Marca del Miedo.
En Luces de Bohemia, uno de esos momentos geniales de la boca de la literatura es la conversación que mantienen en la oscuridad del calabozo de Gobernación el poeta ciego Max Estrella y Mateo, un obrero catalán allí preso y a la espera de tormento. Es este paria, como él mismo se presenta, quien afirma: “En España el trabajo y la inteligencia siempre se han visto menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero”. La edición definitiva de esta obra magistral de Valle Inclán, que no se representaría hasta 1970, se hizo en 1924. Poco tiempo antes, en 1921, se había publicado por vez primera La Biblia en España, en traducción de Manuel Azaña. La obra de George Borrow se había publicado en inglés en 1842 y es, tal vez, el más apasionante libro de viajes de todos los escritos sobre España. Además de muy ameno, es una auténtica sonda de profundidad para saber de qué contexto cultural histórico venimos. También resulta apasionante imaginar a Azaña traduciendo esta obra. Por ejemplo, el episodio en que Borrow se está bañando en el río Tajo. Es de noche y oye primero unos murmullos de gente escondida y luego unas voces que dicen: “¡Sal del agua, inglés, y danos libros!”. Imagino también la mirada de Azaña cuando se dispone a traducir una apreciación de Borrow: “Aunque suene a cosa rara, España no es un país fanático”.
¿A que da que pensar?
Gracias, pues, al Ateneo y a Cedro por convocarnos en este almeiro. Azaña y Valle Inclán coincidieron aquí muchas veces. Se admiraban, se respetaban, se leían. No les pasaba aquello que decía Malaparte: “Los escritores contemporáneos no se leen entre sí, ¡se vigilan!”. Y Valle Inclán y Azaña vivieron en una extrema fragilidad, manteniendo laboriosamente la dignidad y la libertad........
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