En una cáscara o en un leviatán
La inquebrantable resolución de lucha y sincera democracia del Delegado del Partido Revolucionario Cubano
En carta del 26 de febrero de 1895 José Martí le ratificó a Antonio Maceo la urgencia de que él y sus compañeros, entonces en Costa Rica, llegaran a Cuba así fuera “en una cáscara o en un leviatán” (Ep., V, 78).1 Expresaba su propia decisión de sumarse a la guerra, para lo cual salió de Nueva York el 30 de enero, al día siguiente de haber escrito la orden de alzamiento que firmó con Enrique Collazo y José María Rodríguez, en virtud de la cual estalló la insurrección el 24 de Febrero.
A Maceo le escribió desde Montecristi, en su recorrido hacia Cuba, adonde llegaría, con Máximo Gómez y otros cuatro expedicionarios el 11 de abril siguiente. Ningún obstáculo impidió que Cuba alzada en armas contara con la presencia de sus mayores guías. Él, principal organizador e ideólogo, era consciente de la importancia de su labor personal y directa en la búsqueda de una victoria con la calidad necesaria para que diera los frutos deseados y mereciera los sacrificios que costaría.
Un suceso que pudo haber causado una severa parálisis en el movimiento revolucionario le corroboró su convicción. A mediados de aquel enero, en el puerto floridano de Fernandina, autoridades estadounidenses frustraron el factor sorpresa que él había cuidado celosamente para lograr un inicio efectivo de la nueva gesta, que debía “ser breve y directa como el rayo” (O.C., II, 255)2 para impedir que las fuerzas enemigas tuvieran tiempo de concentrarse.
Aún en pie la Guerra del 68, ahondaba en la realidad cubana, con afán y lucidez que lo llevarían a liderar el movimiento patriótico. A Manuel Mercado le escribió el 6 de julio de 1878: “Transido de dolor, apenas sé lo que me digo.–¿He de decir a V. cuánto propósito soberbio, cuánto potente arranque hierve en mi alma? ¿que llevo mi infeliz pueblo en mi cabeza, y que me parece que de un soplo mío dependerá en un día su libertad?” (Ep., I, 123).
Líneas antes le explicó el porqué de ese estado de ánimo: se había incumplido su “absoluta creencia,–fundada en la naturaleza de los hombres–de que era imposible la extinción de la guerra en Cuba.–Y, sin embargo, la guerra se ha extinguido; la naturaleza ha sido mentira, y una incomprensible traición ha podido más que tanta vejación terrible, que tanta inolvidable injuria!”.
Paso a paso crecería el organizador que –primero en La Habana, clandestinamente, y, otra vez deportado, en Nueva York– sobresalió en el apoyo a la Guerra Chiquita (1879-1880). Esa experiencia le confirmó que se necesitaría una contienda mejor preparada, idea que se aprecia en su discurso del 24 de enero de 1880 en el Steck Hall neoyorquino ante compatriotas emigrados.
Con el pueblo
El 6 de mayo de 1880 le escribió a Mercado: “Aquí estoy ahora, empujado por los sucesos, dirigiendo en esta afligida emigración nuestro nuevo movimiento revolucionario. Solo los primeros que siegan, siegan flores. Por fortuna, yo entro en esta campaña sin más gozo que el árido de cumplir la tarea más útil, elevada y difícil que se ha ofrecido a mis ojos” (Ep., I, 182). Observaba con visión de futuro las fuerzas y reclamos del independentismo.
El discurso del Steck Hall, expresión de su claridad sobre los asuntos de Cuba (Asuntos cubanos tituló el folleto donde en febrero publicó el texto), reúne claves de su pensamiento. En el centro de sus preocupaciones está la diversidad de perspectivas presentes en ese contexto, y daba por sentado que tendría opositores: “los que con los ojos empañados por la atmósfera espesa de las ciudades españolas ofuscan con el temor su inteligencia, por el hermoso amor a los que padecen con el amor exagerado de sí propios”.
Esos, dice, “leerán atónitos este para ellos cuadro extraño, donde, con ser tan reales las figuras y tan vivos los poderosos elementos, no se refleja en un solo punto su urbana y financiera manera de pensar” (O.C.,IV, 186). Sí, urbana y financiera. Tenía en cuenta los intereses contrarios a los ideales de liberación que él abrazaba con perspectiva popular.
Sobre esa base afirma: “Los pueblos no saben vivir en esa acomodaticia incertidumbre de los que al amparo de las ventajas que la prudencia proporciona, no sienten en el abrigado hogar las tempestades de los campos, ni en el adormecido corazón el real clamor de un país lapidado y engañado”.
Lejos de quedarse en se punto, añade: “Ignoran los déspotas que el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones; y acarician a aquella masa brillante que, por parecer inteligente, parece la influyente y directora. Y dirige, en verdad, con dirección necesaria y útil en tanto que obedece, en tanto que se inspira en los deseos enérgicos de los que con fe ciega y confianza generosa pusieron en sus manos su destino” (O.C.,IV, 193).3
En esa realidad pesaban no solo posiciones abiertamente colonialistas, sino también las que mayor confusión podrían generar: las de autonomistas y anexionistas, que tratarían de impedir o mancar la independencia. También actuaba el efecto –con sus causas– del estancamiento en que paró la década heroica.
Tal contexto hacía a Martí reaccionar contra métodos de dirección que no siempre respondían a iguales intenciones, pero venían en general de una historia marcada por la dominación política y de clases. Autonomistas y anexionistas manipulaban nociones y prejuicios presentes en esas circunstancias, en las que se inscribía la contradicción –de particular significado para el movimiento independentista– entre dos polos: el militarismo y el civilismo, que por distintos caminos remitían a intereses de poder.
Para enfrentarlos, fraguó una solución política integradora. Sus discusiones en el camino que lo llevó a liderar el movimiento revolucionario revelan la omnipresencia de esas complejidades, y la claridad con que él las encaró. Creó una organización llamada a garantizar a la vez la civilidad de la política y el carácter popular de la revolución, y la necesaria soltura militar de las tropas.
Ese sería un propósito primordial del Partido Revolucionario Cubano, cuya proclamación, consumada el 10 de abril de 1892, Martí anunció el día 3 en Patria como “labor de doce años” (O.C.,I, 369). Lo reiteró en otros textos, y eso hace pensar en un empeño que tuvo en sus inicios el discurso del Steck Hall.
Sus convicciones las ratificaron sus intentos sucesivos de contar con el apoyo de los principales jefes del 68 –lo que se aprecia en cartas como las de........
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