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Los tres nacionalismos en América Latina

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22.10.2024

Lenin distinguía tres tipos de nacionalismo y postulaba estrategias socialistas diferentes frente a las variantes reaccionarias, democrático-burguesas y revolucionarias de esa corriente.

En toda su trayectoria priorizó la batalla frontal contra la primera vertiente, contraponiendo los principios de solidaridad del internacionalismo, a la rivalidad entre potencias y a la ideología chauvinista de la superioridad nacional.

El líder bolchevique remarcó que, en esos casos las tensiones entre países eran utilizadas por las clases dominantes, para preservar el capitalismo y reforzar la explotación de los trabajadores. Señaló que el nacionalismo era exacerbado por los poderosos, para oscurecer los antagonismos sociales con engañosas contraposiciones patrióticas. Destacó que ese contrapunto apuntalaba la subordinación de los asalariados a sus patrones, bloqueando la confraternidad de los oprimidos con sus hermanos de clase de otros países.

DISTINCIONES Y ACTITUDES

El cuestionamiento marxista del nacionalismo cobró centralidad, cuando la Primera Guerra Mundial derivó en una masacre sin precedentes. Lenin denunció que las banderas nacionalistas esgrimidas por los distintos bandos, eran el disfraz utilizado por las clases capitalistas, para dirimir supremacías en el mercado mundial (Lenin, 1915).

El líder bolchevique detalló cómo los enriquecidos oponían a un pueblo contra otro, para zanjar primacía en los negocios, definiendo quién embolsaría la mayor tajada en disputa. El carácter reaccionario de ese nacionalismo estaba determinado por la exaltación de los mitos identitarios con fines bélicos. Ese enardecimiento buscaba anular el clima de concordia requerido para introducir mejoras sociales y progresos culturales. Su objetivo era potenciar el expansionismo imperial.

También en la periferia se verificaba esa modalidad regresiva del patriotismo. Allí era un instrumento de las oligarquías gobernantes contra las minorías extranjeras internas y los pobladores de los países circundantes. Exacerbaban las tensiones fronterizas para reforzar la militarización, a fin de canalizar el descontento popular hacia confrontaciones con los vecinos.

Lenin contraponía esas modalidades de nacionalismo reaccionario en el centro y en la periferia, con las dos variedades progresistas de resistencia que habían despuntado en los países dependientes. La primera vertiente era el nacionalismo conservador de las burguesías nativas afectadas por la dominación (formal o real) de las metrópolis. La segunda era el nacionalismo revolucionario promovido por las corrientes radicales del movimiento popular.

La distinción entre ambos sectores fue intensamente discutida a principios de los años 20 en los Congresos de la III Internacional, cuando la expectativa inicial de una revolución socialista decayó en Europa y despuntó en Oriente. Partiendo de esa diferenciación, Lenin maduró una estrategia antiimperialista, que privilegiaba el protagonismo popular y la convergencia de los comunistas con el nacionalismo revolucionario.

El dirigente soviético entendía que esa diferenciación de nacionalismos debía corroborase en la práctica. Las tendencias conciliatorias y combativas se verificaban en la lucha y en las posturas frente a la izquierda. La hostilidad o convergencia con el socialismo era un dato clarificador de la impronta real de cada nacionalismo. Lenin subrayaba que la concreción de los frentes antimperialistas requería la aceptación de una militancia comunista autónoma (Ridell, 2018).

Esas hipótesis fueron quedaron zanjadas en la práctica. La convergencia inicial en Indonesia se repitió en China, hasta que la sustitución de un liderazgo reformista (Sut Yatsen) por otro conservador (Chiang Kai shek), derivó en una brutal persecución contra la izquierda. Ese viraje ilustró cómo el nacionalismo burgués puede tornarse reaccionario, cuando avizora el peligro de un desborde anticapitalista de sus aliados rojos.

Estas primeras mutaciones en los tiempos de Lenin, anticiparon secuencias muy semejantes a lo largo del siglo XX. Los episodios de radicalización y aproximación socialista del nacionalismo coexistieron con episodios opuestos. El perfil definitivo de cada nacionalismo quedó muy definido por esas conductas. Hubo tantos casos de reafirmación del nacionalismo revolucionario, burgués o reaccionario, como ejemplos de mutaciones hacia las variantes complementarias.

Lenin aportó una clasificación inicial para orientar alianzas con esos controvertidos socios. Lejos de establecer un patrón fijo para los frentes que auspiciaba, subrayó esa dinámica cambiante. Incentivó la audacia para conformar acuerdos y propició la cautela para evaluar su recorrido. Para Lenin el antiimperialismo no era un fin en sí mismo, sino tan solo un eslabón para desenvolver la batalla contra el capitalismo. Con esa mirada aportó una guía general para caracterizar al nacionalismo.

LA VERTIENTE REACCIONARIA

La clasificación de Lenin tuvo una importante verificación en América Latina durante el siglo XX. El nacionalismo precisó su perfil en estrecha conexión con dos rasgos singulares de la región: el predominio del imperialismo estadounidense y la mixtura de la autonomía política con la dependencia económica.

La preeminencia de la primera potencia se tornó indiscutible, luego del desplazamiento de los rivales europeos y la consagración de la Doctrina Monroe, como un principio ordenador de la zona. Estados Unidos consumó incontables intervenciones en el Caribe y Centroamérica e impuso su predominio económico sobre el resto del continente.

Esa dominación se consumó sin alterar la soberanía formal, que los principales países conquistaron en el siglo XIX. Ese logro diferenció a la región del grueso de Asia y África, que se emanciparon tardíamente del colonialismo. También distanció a la zona de las naciones de Europa Oriental, que forjaron Estados independientes con gran retraso histórico. Pero esa independencia de Latinoamérica nunca se tradujo en soberanía efectiva y desarrollo económico endógeno. Prevaleció una sujeción financiera, productiva y comercial que frustró ese despegue.

Las oligarquías exportadoras comandaron un bloque de clases dominantes que convalidó el padrinazgo estadounidense. Esa alianza manejó la estructura autónoma de los Estados para reforzar el enriquecimiento de una minoría a espaldas del resto de la sociedad. El nacionalismo reaccionario consolidó esa inequidad. Aumentó su presencia con guerras interregionales y con campañas chauvinistas contra los inmigrantes, los pueblos originarios y la población afroamericana.

En América Latina nunca despuntó el nacionalismo imperial imperante en las metrópolis. Pero se verificaron muchas variantes oligárquicas en las coyunturas de conflagración fronteriza. Esa irradiación reaccionaria se verificó en Argentina y Brasil durante la guerra Triple Alianza contra Paraguay (1864-1870), en el choque del Pacífico entre Chile y Bolivia-Perú (1879-1884) o en la sangría del Chaco, que opuso a Bolivia con Paraguay (1933-1935). Gran Bretaña y Estados Unidos alimentaron esas luchas intestinas para su propio beneficio (Guerra Vilaboy, 2006: 138-165).

El nacionalismo reaccionario en la periferia adoptó modalidades semejantes a sus pares del centro. Propició el mismo objetivo de comprometer a las masas en confrontaciones ajenas a sus intereses. Incentivó la recreación de los viejos mitos de superioridad de una nación sobre otra, que las clases dominantes utilizaron para contener el descontento popular y cooptar a los nuevos sectores de la ciudadanía que se incorporaban a la vida política (Anderson. P, 2002).

Esas similitudes no alteraron las diferencias del chauvinismo de la periferia con sus equivalentes del centro. Sólo el nacionalismo imperial apuntaló la disputa por los principales mercados y consagró la supremacía de una potencia sobre otra. Sus pares de menor porte rivalizaron por pequeñas tajadas y mantuvieron una estricta subordinación a las potencias dominantes

Un escenario del mismo tipo despuntó con el fascismo a mitad del siglo XX. En todos los países de América Latina irrumpieron intentos de copia de Hitler, Mussolini y Franco, con verborragias y estilos muy parecidos. Pero en ningún lugar se consumaron conflictos bélicos equivalentes a las guerras mundiales. Tampoco prevalecieron en esa época los asesinatos masivos en nombre de la superioridad racial-biológica.

No estuvo en juego en la región la recuperación de espacios geopolíticos arrebatados por los rivales y no se impuso el espíritu de venganza o la movilización del resentimiento de una población desesperada. El objetivo fascista de contener la amenaza de una revolución socialista afloró en América Latina con cierta posterioridad y durante la guerra fría. Se multiplicaron las dictaduras represivas, pero con formatos distintos al modelo totalitario del fascismo.

Las clases dominantes recurrieron a esas tiranías para lidiar con el desafío popular, situando a las fuerzas armadas en un lugar protagónico de la gestión del Estado. Ese tipo de gobiernos facilitó la contrarrevolución y coexistió en ciertos casos con disfraces de constitucionalismo.

El nacionalismo militar de esa época adoptó un perfil anticomunista, siguiendo el libreto que Estados Unidos exportó a todo el bloque occidental. La mentada ¨defensa de la patria¨ no fue una concepción local enraizada en cierta identidad específica, sino una mera adaptación a la apología del capitalismo que propagaba el Departamento de Estado.

La inconsistencia del patriotismo de las dictaduras latinoamericanas siempre radicó en su descarada subordinación a los Estados Unidos. Toda la retórica de exaltación a la nación chocó con ese sometimiento y esa duplicidad afectó también al sustento eclesiástico del nacionalismo conservador. Las cúpulas del clero combinaron sus mensajes tradicionalistas con una burda defensa de los valores de Occidente.

LA VARIANTE BURGUESA

La segunda vertiente de nacionalismo democrático-burgués evaluada por Lenin tuvo una incidencia más significativa en América Latina. Despuntó como una variante típica de los capitalistas locales para promover la industrialización, en tensión con las oligarquías agro-mineras volcadas a la exportación.

Esa burguesía nacional aspiró a desplazar del poder a sus adversarios de los grandes bancos y empresas extranjeras e intentó capturar los recursos tradicionalmente acaparados por esos segmentos. Recurrió a distintos mecanismos de intervención estatal, para canalizar la renta generada en los sectores primarios hacia la inversión fabril.

Ese proyecto se afianzó en la segunda mitad del siglo XX y alcanzó gran incidencia en los países de mayor porte. En el resto de la región despuntó en sectores específicos, sin llegar a consumar procesos efectivos de industrialización. En la mayoría de los casos recurrió a la intermediación de militares o burócratas, con escasa relevancia del sistema constitucional. Desarrolló un nacionalismo muy amoldado a esos perfiles.

Sus teóricos ensalzaron a la nación como un ámbito natural de articulación de la población. Promovieron principios de unidad, para realzar la pertenencia común de los ciudadanos a un territorio, una lengua y una tradición compartida. Con esa ideología expusieron las conveniencias específicas de las clases capitalistas locales, como un interés general de toda la población.

Ese abordaje les permitió presentar las políticas económicas industrialistas de la época como un logro general de la comunidad, ocultando que perpetuaban la explotación y favorecían el empoderamiento de las nuevas elites modernizadoras. Realzaron la prioridad de los valores de la nación sobre la lucha social, para consolidar su control del Estado y suscitar la obediencia o adhesión de los oprimidos.

Los dos principales exponentes de esta vertiente fueron el peronismo en Argentina y el vargismo en Brasil. La primera corriente introdujo grandes conquistas sociales, sostenidas en los sindicatos y en la movilización popular, en un contexto de llamativa tensión con Estados Unidos.

Por la intensidad de los conflictos sociales, internos y geopolíticos, la propia elite industrialista -junto al grueso del ejército y la iglesia- terminaron en la vereda opuesta de ese proyecto. En los momentos decisivos de la disputa, la jefatura del peronismo rehuyó la confrontación, marginó a su ala jacobina y concilió con el estatus quo. Todos los diagnósticos generales expuestos por Lenin sobre el nacionalismo democrático burgués fueron corroborados por el peronismo.

En Brasil, Getulio Vargas debutó con un perfil más conservador, con mayores compromisos con la oligarquía y un gran alineamiento con Estados Unidos. Pero auspició al mismo tiempo un sostenido debut de la industrialización alentada por los capitalistas locales. Cuando esbozó cierta defensa de los trabajadores y un acercamiento al modelo de Perón, los grupos dominantes forzaron su desplazamiento. También en este caso se corroboraron los vaivenes anticipados por Lenin.

LA CORRIENTE REVOLUCIONARIA

El nacionalismo revolucionario tuvo un enorme desarrollo en América Latina y confirmó la relación con el socialismo que había intuido el líder bolchevique. Promovió acciones antiimperialistas en varias circunstancias del siglo XX, con numerosos actos de resistencia al despojo perpetrado por el opresor imperial (Vitale, 1992: cap 6, 10).

Esta corriente compartió con el nacionalismo burgués la oposición a los........

© Aporrea


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