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El legado antiimperialista de Lenin

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09.10.2024

El agravamiento de la opresión nacional fue un rasgo destacado por Lenin en su teoría del imperialismo. Estimó que esa sumisión era un efecto de la disputa que libraban las grandes potencias por el dominio del mercado mundial. Para acaparar el botín de la periferia recortaban la soberanía de los países dependientes o impedían el logro de esa meta.

El líder bolchevique expuso ese diagnóstico en un libro que inspiró numerosos estudios (Lenin, 2006). La dimensión económica y geopolítica de ese escrito fue detalladamente estudiada, pero su análisis de la problemática nacional quedó relegado. Ese ámbito involucraba un terreno decisivo de la estrategia concebida por Lenin para erradicar el capitalismo.

Para el fundador de la URSS la resistencia al despojo imperial de la periferia podía apuntalar la lucha por el socialismo, si convergía con la dinámica revolucionaria del proletariado. Por eso promovía el empalme de los oprimidos de las regiones dependientes con los explotados del centro. Auspiciaba estrategias para que los asalariados -agrupados en su época en organizaciones socialistas- coincidieran en una misma acción, con los sujetos embarcados en defender (o construir) los Estados nacionales de la periferia.

Lenin deducía la lógica de ese acople de la propia naturaleza del capitalismo, que no sólo nutre su funcionamiento de la plusvalía extraída los asalariados. La reproducción de ese sistema multiplica diversas formas de opresión (género, raza, edad, cultura, religión), que agravan los padecimientos de las minorías. De esa dominación emergen identidades políticas en recurrente conflicto con el capitalismo, que el dirigente comunista propiciaba encauzar hacia un desemboque socialista.

A principio del siglo XX, el avasallamiento de los derechos nacionales era más gravitante que las sujeciones de género, raza o cultura. Por esa razón, Lenin centró su acción política en ese plano. Describió cómo se retroalimentaba la conciencia nacional y social de los pueblos, cuando los trabajadores forjaban lazos de unidad con los sectores comprometidos en la lucha por la soberanía (Day; Gaido, 2012). Propuso distintas tácticas para apuntalar esos vínculos, a fin de superar las tensiones que obstruyen la coexistencia de distintas lenguas, tradiciones y costumbres. Resaltó que la tarea primordial de los socialistas era contrarrestar la enemistad entre los pueblos que fomentan los imperios (Lenin, Ed. 1920).

AUTODETERMINACIÓN EN EUROPA DEL ESTE

Lenin dedujo inicialmente su tesis de convergencia de la lucha nacional y social de lo ocurrido en Europa Oriental. La desintegración de tres grandes imperios (austro-húngaro, ruso y otomano) inducía a muchos pueblos de esa región a exigir el reconocimiento de sus mancillados derechos nacionales. Anhelaban forjar sus propios Estados y esperaban lograr la aceptación internacional de esos organismos.

Lenin propuso convalidar esa demanda y avaló el derecho de secesión de todas las naciones que reclamaban esa independencia. Identificó esa petición con un legítimo deseo de autodeterminación de los conglomerados nacionales. Remarcó la validez de esa pretensión para los pueblos oprimidos y distinguió ese anhelo del nacionalismo imperante en las potencias dominantes. Con esa mirada resaltó el significado contrapuesto del concepto de ¨Patria¨ en las dos situaciones. Contrastó la connotación emancipatoria del primer caso con el propósito opresor del segundo. Situó la dinámica progresista de la resistencia antiimperialista, en las antípodas del curso reaccionario de sus contrincantes.

Pero Lenin adoptó esa postura de apoyo a las naciones oprimidas con muchas prevenciones. Situó ese sostén en una perspectiva socialista, impugnando el apoyo a esas causas con otros propósitos. Advirtió que la lucha por gestar nuevos Estados nacionales -manteniendo o reforzando el escenario capitalista- entrañaba crecientes frustraciones para los desposeídos. Señaló que la conquista de la soberanía sin erradicar al capitalismo, perpetuaba un sistema de explotación adverso para las mayorías populares.

Lenin conceptualizó la autodeterminación como un derecho condicional y no absoluto. Asignó relevancia a esa meta cuando apuntalaba la unidad de la clase obrera con los pueblos oprimidos. Pero resaltó la inconveniencia de esa demanda cuando obstruía esa convergencia. Ese obstáculo era especialmente motorizado por las grandes potencias, para generar enfrentamientos entre pueblos con demandas nacionales exacerbadas o artificiales.

En esos casos, en lugar de facilitar la convergencia de luchas contra el enemigo imperialista, el reclamo en juego reforzaba el poder imperial y la fractura del campo popular. Por estas razones, Lenin señaló que la defensa genérica del principio de autodeterminación, no equivalía a su aprobación indistinta. Cada circunstancia exigía una evaluación política concreta.

El líder bolchevique remarcó que la aceptación del derecho a la separación nacional no implicaba apoyar cualquier cisma. Recordó que la concreción del ideal socialista no transitaba por la multiplicación de Estados nacionales, sino por un proceso opuesto de convergencias federativas. Destacó que la fuerza del reclamo estribaba en su incentivo a la lucha y no en la meta de incrementar el número de Estados existentes. Por eso observó que en pocos casos los socialistas debían apoyar la separación.

Ese rechazo a las escisiones era más contundente en la propia esfera de la clase trabajadora. Lo que Lenin aceptaba para el ámbito general de las naciones oprimidas, lo objetaba en forma categórica para el propio campo de la clase obrera. En ese terreno no avalaba la segmentación por parentescos idiomáticos o culturales. Polemizó con la intención de una influyente corriente judía de conformar organizaciones autónomas, dentro de la propia estructura socialista (Bund). Lenin señaló, que en ese campo correspondía apuntalar los principios cohesionadores del internacionalismo proletario.

. Toda la política del dirigente comunista se sostenía en dos pilares: un diagnóstico de proximidad de la revolución y una expectativa de construcción acelerada del socialismo. El primer cimiento lo inducía a debatir en forma enfática con todos sus compañeros, que observaban con desconfianza (o rechazo) a los movimientos nacionales. Destacaba que, en el torbellino revolucionario esas organizaciones operaban como aliados, en una batalla común contra las grandes potencias. Por el segundo basamento, objetaba cualquier introducción de modalidades separatistas dentro de la clase trabajadora. Entendía que afectaban el proyecto de una sociedad igualitaria centrada en la superación de las disparidades nacionales.

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, Lenin redobló su apuesta revolucionaria, avizorando la perspectiva inmediata del socialismo. Por eso reforzó su sostén de las demandas nacionales, con pocas prevenciones frente a la eventual utilización imperialista de esas exigencias. Conectó el derecho a la autodeterminación nacional con el derrotismo revolucionario y alentó en Europa, una batalla unificada contra guerra de los pueblos contra todas las potencias. En esa confrontación apostó a un devenir anticapitalista, acelerado por la convergencia de las luchas nacionales y sociales.

EL GIRO A ORIENTE

El continente asiático fue el segundo campo de aplicación de la estrategia leninista. Esa localización fue coherente con la potencialidad revolucionaria, que el líder bolchevique siempre asignó a esa región. En 1908 ponderó la intensa lucha en Turquía, India e Irán (Persia) y en 1912 resaltó la revuelta democrática de China (Rodríguez, 1970). En 1913 evaluó que la revolución avanzaba en Asia a un ritmo más acelerado que en Europa y cuando estalló la guerra, destacó el efecto estimulante de la conflagración sobre las sublevaciones en Oriente. Desde ese momento sustituyó su tradicional atención de la problemática nacional al interior del imperio ruso, otomano o austrohúngaro por la dinámica de esa temática en Asia.

Este cambio se verificó en los cuatro Congresos de la III Internacional que sucedieron a la victoria bolchevique. En el primer evento (1919) se mantuvo la vieja sugerencia de un proceso de liberación de las colonias en Oriente, como simple consecuencia del éxito socialista en Europa. Luego de la victoria en Rusia se apostaba a una sucesión de triunfos en Occidente encabezados por el proletariado alemán. Pero en el Segundo Congreso (1920), la batalla contra el capitalismo fue significativamente extendida al continente asiático. Allí emergió la tesis de un proceso combinado de iniciativas de la clase obrera en el Viejo Continente, con arremetidas de los pueblos de Oriente.

El diagnóstico de un próximo fin del capitalismo se mantuvo invariable, pero esa erradicación comenzó a vislumbrarse como un resultado mixturado de batallas anticapitalistas en el Este y luchas antimperialistas en el Oeste. En los dos Congresos posteriores, Lenin registró el alejamiento de la perspectiva revolucionaria en Europa y el traslado de ese horizonte al continente asiático. Su creciente valoración de las revueltas en las colonias sucedió a esa constatación.

Pero no sólo registró la mudanza de la cuestión nacional a Oriente. También formuló una concepción más elaborada del antiimperialismo contemporáneo (Munck, 2010), evaluando distintas modalidades de convergencia del nacionalismo con el socialismo. Tendió a reemplazar la noción de autodeterminación nacional utilizada en Europa Oriental por el concepto más contemporáneo de liberación nacional (Ortega, 2017). Elaboró, además, nuevas ideas en los debates de la Internacional, mediante frutíferos intercambios con el dirigente comunista M.N. Roy de la India.

Una reflexión inicial giró en torno a la intensidad y el alcance de los movimientos revolucionarios en Oriente. Lenin respondió con cautela al diagnóstico de Roy, que asignaba a esa irrupción una proyección sustitutiva del protagonismo europeo, en la batalla por el socialismo.

Para el líder bolchevique, la nueva relevancia del antiimperialismo asiático completaba la continuada centralidad del proletariado europeo. Pero coincidía con su interlocutor, en destacar que la potencialidad revolucionaria de Oriente había sido minusvalorada por la socialdemocracia. La vieja idea que Europa exportaría hacia la periferia el éxito del socialismo quedó desechada.

El sujeto social de la revolución fue el segundo tema de evaluación conjunta. Roy destacó la gravitación de los sectores medios y el significativo protagonismo de los campesinos, desafiando el fuerte precepto de invariable liderazgo proletario. Lenin prefirió insistir en la retroalimentación conjunta de ambos sectores, señalando que una variedad de sectores oprimidos tendía a ocupar un lugar preeminente, en las regiones con reducido desarrollo de la clase obrera.

Esa atención fue a su vez coherente, con los primeros señalamientos del rol de otros segmentos oprimidos en los países centrales. La sujeción racial padecida por los afroamericanos en Estados Unidos fue especialmente considerada, en los debates que buscaban clarificar las dinámicas revolucionarias que complementaban la acción de la clase obrera (Anderson K, 2010).

TIPOS DE NACIONALISMOS

Bajo la directa inspiración de Lenin, los primeros Congresos de la III Internacional establecieron una estratégica diferenciación entre distintos tipos de nacionalismos (VVAA, 1973). Destacaron, ante todo, el abismo que separa a los embanderados con esa causa en las potencias centrales y en los países periféricos. Contrastaron el nacionalismo de opresión prevaleciente en el primer grupo con el nacionalismo de resistencia predominante en el segundo. Ese contrapunto quedó ratificado como punto de partida para cualquier evaluación del antiimperialismo. Esa caracterización clarificó la total oposición del sentido que asume el patriotismo en ambos tipos de países.

Pero el principal avance en esas deliberaciones no giró en torno a ese presupuesto, sino a la distinción observada dentro de los movimientos de los países dominados. El nacionalismo conservador promovido por los grupos capitalistas locales fue contrastado con su equivalente radicalizado de los sectores oprimidos. La tónica conciliatoria de los segmentos acomodados fue contrapuesta con el ímpetu combativos de las organizaciones populares.

Para precisar esa diferenciación se generalizó el uso de dos términos -nacionalismo democrático-burgués y nacionalismo revolucionario- que ilustraban el comportamiento disímil de esas dos vertientes. Los dos ejemplos más representativos de ambas modalidades en esa época, eran la revolución por arriba que lideró Kemal Atatürk en Turquía y la revolución por abajo que motorizaron Zapata y Villa en México.

También esos conceptos emergieron de la interlocución de Lenin con Roy, con diferencias de matices en el significado de ambas nociones. Mientras que el dirigente de la India omitía la colaboración de los comunistas con las corrientes nacionalistas, el líder bolchevique sugería explorar alianzas para la batalla contra el opresor imperial. El debate derivó en una síntesis plasmada en la........

© Aporrea


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