La fiebre de las tierras raras
Aprobé la Química por los pelos. Nunca pasé del seis o el cinco y medio, me hacía un lío con los átomos y las moléculas y cuando aparecían las valencias pensaba en naranjas o en la paella no en electrones. Lo saqué como pude repitiendo como un papagayo la tabla periódica de elementos donde siempre me llamaron la atención los gases nobles, por lo aristocrático, y sobre todo las tierras raras. Su rareza la imaginaba yo entonces con formas y colores fantasmagóricos, de aspecto inquietante. Nunca supuse que los metales que esas tierras encierran alcanzaran tanto valor e importancia estratégica que los poderosos del mundo estuvieran dispuestos a todo con tal de conseguirlas. A diferencia de la fiebre del oro que llevó a decenas de miles de migrantes a California a mediados del siglo XIX la fiebre de las tierras raras no mueve personas sino intereses políticos.
El nuevo emperador de la © 20 minutos
